Los fitoestrógenos, presentes en alimentos y plantas medicinales, comparten similitudes químicas con los estrógenos (hormonas sexuales femeninas) naturales de la especie humana. 

 

En la naturaleza, los fitoestrógenos se dividen en tres grupos principales: lignanos, cumestanos e isoflavonas, con hasta 30 tipos diferentes detectados en las plantas.

 

No son directamente utilizables por el organismo y requieren una transformación en el intestino para ejercer actividad hormonal detectable. La fracción libre, la forma activa, constituye aproximadamente el 50 por ciento de las isoflavonas totales ingeridas, en contraste con el de 3 a 5 por ciento de los estrógenos humanos como el estradiol.

 

A diferencia de la terapia hormonal clásica, la administración de fitoestrógenos no inhibe la producción natural de hormonas del cuerpo, sino que proporciona los elementos necesarios para que el cuerpo forme y regule sus propias hormonas, siempre que sea capaz de producirlas en cantidad suficiente.

 

Los fitoestrógenos tienen una acción estrogénica débil, unida a una acción antiestrogénica, cuyo resultado final en el plasma es en ocasiones el descenso de los niveles de estrógenos, y no su elevación. Esto se produce debido a un complejo proceso del metabolismo aún no aclarado del todo, y que incluye una doble vía de actuación que permite al organismo una modulación hormonal.

 

Los fitoestrógenos tienen una afinidad con los receptores intracelulares de progesterona, y se ha observado que el consumo de leche de soya aumenta la sensibilidad de estos receptores, reduce la frecuencia de ciertos tipos de cáncer y de muchos problemas relacionados con la menopausia. Los varones y en general las personas sin problemas hormonales, pueden tomar alimentos con fitoestrógenos sin ningún problema.

 

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